Club de Lectura 2º Ciclo

El personaje de un cuento 

de Silvia Schujer (Cuento inédito)


Irineo Everardo Ciempuertas tiene un nombre poco común. Eso es lo que piensan los que no lo conocen. Quienes lo hemos tratado, sabemos que no es el nombre lo más original de Irineo, sino su oficio.

El señor Ciempuertas, en efecto, trabaja de personaje. De personaje de cuentos. “De cuentos y de novelas”, aclara él cuando se presenta.

Que Irineo Everardo Ciempuertas trabaje de personaje no quiere decir que él lo sea. En la vida real, es un caballero de lo más parecido al resto, a tal punto que si uno no supiera cómo se llama y de qué trabaja hasta podría pensar que es un tipo vulgar.

Pero no. En su vida hay algo que lo distingue profundamente de los otros, y ese algo es su oficio: su posibilidad —como personaje— de vivir otras vidas: otros mundos, otros tiempos, otras historias.

Irineo descubrió su vocación a los 13 años y por pura casualidad. Iba caminando una mañana al colegio, cuando de pronto vio la puerta abierta de la única casa abandonada que había en la cuadra y no pudo resistir la tentación. Apenas traspasó el umbral, se sintió subyugado por la aventura y se internó en el caserón. Al principio, el fuerte olor a humedad estuvo a punto de hacerlo salir, pero al cabo de unos minutos acostumbró su nariz. Fue en plena recorrida cuando en uno de los cuartos de la casa, encontró una biblioteca enorme en la que había un solo libro. Arrastrado por la curiosidad (quién no), se acercó para ver cuál era.

Ni el propio Irineo podría precisar cómo y cuándo se metió en aquel libro y mucho menos en qué momento salió. Lo cierto es que fue de ahí de donde surgió años más tarde, para sorpresa de quie­nes lo habían estado buscando durante tanto tiempo y más sorpresa aún de los nuevos dueños de la casa, que un día vieron emerger un hombre de un libro como quien brota de un repollo.

En cualquier caso, fue el ingreso de Irineo a ese libro lo que le reveló su singularidad, su verdadera vocación. Y es que se había puesto a leer la trágica historia de amor entre Romeo y Julieta cuando sintió la imperiosa necesidad de salvar a Julieta (a Romeo también, pero sobre todo a Julieta que era tan joven y hermosa). Por esos avatares de la trama, ella estaba a punto de tomar el falso veneno que la haría parecer muerta ante los ojos de su amado Romeo, el que al verla (y creerla muerta) se quitaría la vida. Fue entonces, cuando a fuerza de concentración el pequeño Ciempuertas consiguió entrar al libro e incluirse en la historia.

—¡No! ¡No! ¡No! —empezó a gritar como un desaforado apenas entró. Y a toda prisa (porque le prestaron un caballo) se lanzó a recorrer una página tras otra tratando de evitar el equí­voco por el cual los dos amantes morirían al final. Pero no llegó a tiempo. Y aunque en esta oportunidad no logró evitar el horroroso fin de Romeo y Julieta (lo escrito ya estaba escrito), convivió mucho tiempo con los personajes de la obra y se sintió muy a gusto entre ellos.

Además, dice, aprendió todo lo que necesitaba para encarar el que sería su propio destino: trabajar de personaje, o sea, ofrecer sus servicios para las historias por escribirse.

Para Irineo Ciempuertas empezar no fue fácil. Una cosa fue elegir oficio y otra muy distinta poder ejercerlo.

Lo primero que hizo cuando —ya hecho un hombre— emergió del libro, fue imprimirse trein­tadosmil tarjetas con su nombre y su teléfono. Esto es lo que decían: Señor Irineo Everardo Ciempuertas —personaje de ficción/ a su disposición.

Repartió tarjetas en todas las librerías y por último puso un aviso en el diario. Personaje se ofrece, decía. Para enfrentar aventuras en la selva, salvar inocentes en las calles o enamorar japonesas en Varsovia.

Después de tanta publicidad, el primer llamado que recibió Ciempuertas fue el de un escri­tor entrado en años, muy famoso él, que ya había publicado siete libros de cuentos y cuatro novelas de terror. El hombre estaba escribiendo la que consideraba su obra cumbre y tenía un problema para resolver la trama. Hasta donde había escrito, esto es lo que venía pasando: había un cementerio abandonado que no tenía cuidador y que nadie visitaba. Salvo una nena de 10 años, que iba todas las tardes a emparejar el pasto y a dejar un ramito de flores en la tumba de su abuela. Una tarde, la joven se quedó dormida con la cabeza apoyada en la lápida cuando de pronto se hizo de noche y los muertos de las tumbas vecinas —celosos porque a ellos nadie los recordaba—, urdieron un plan para apoderarse del alma de la criatura. No para mortificarla sino para llamar su atención.

La idea del escritor era que, mientras la chica dormía podía escuchar las historias de los muertos y ellos, a su vez, cobrar vida en sus sueños. De esta manera, el gran desafío de los difuntos consistía en que la muchacha no se despertara nunca, es decir se mantuviera siempre entretenida, pero soñando.

—Me gusta —dijo entonces Ciempuertas. ¿Cuál es el problema?

—El problema —le respondió el escritor que pretendía contratarlo— es que, aunque esté dormida, la chica está viva y por lo tanto, el tiempo para ella sigue pasando. De ese modo, va a empezar a envejecer y también se va a morir.

—¿Y entonces? —preguntó Irineo interesadísimo.

—Que mi protagonista es una buena chica y se va a morir sin haber vivido. Y a mi edad, señor Ciempuertas, ya no soporto narrar tanta crueldad.

—Comprendo —dijo Irineo a punto de entrar en acción. Y apenas cerró trato con el escritor, se introdujo en el cementerio abandonado, cuando la nena ya estaba durmiendo.

A partir de ese momento Irineo Everardo Ciempuertas se convirtió en el personaje destinado a rescatar a una niña dormida en un cementerio abandonado para lo cual debió trabarse en tremendas luchas con zombis, fantasmas, silencios nocturnos, tormentas eléctricas y otros problemas que dificultaban su acción.

El desenlace de la historia empezó a perfilarse cuando Irineo hizo contacto con el alma en paz de la abuelita y le contó lo que pasaba.

—Métase en los sueños de su nieta —le dijo Irineo a la anciana—. Exíjale que se despierte.

Al escuchar las palabras de su abuela, la reacción de la nena fue inmediata. Se despertó de golpe. Y cuando recobró la conciencia, estaba en los brazos de un hombre. Este era Irineo Everardo Ciempuertas que corría con ella hasta la salida del cementerio donde los esperaba un gran punto final.

Apenas Irineo salió de la obra, se despidió del escritor con un fuerte abrazo y regresó a su casa. No pasó mucho tiempo y volvieron a llamarlo para trabajar. Desde entonces no para un segundo: viaja, lucha, resucita... A veces es héroe y a veces villano.

Ahora mismo está terminando su última jornada en este cuento, de donde piensa escapar cuanto antes. Lo acaba de convocar el alumno de una escuela que tiene que escribir un cuento para la clase de lengua y no sabe por dónde empezar.

Ultima publicación

Bienvenidos